Blogia
CLUB MEDIO NATURAL & DISCAPACIDAD

Gran Facha (3.005 m.), mi primer tres mil.

Los pasados días 21 y 22 de agosto cumplí un propósito que tenía en mente desde hacía muchos años, la ardua tarea de alcanzar la cumbre de un 3.000m. Fue la Gran Facha, monte situado en los Pirineos Aragoneses, el pico al que subimos mi padre Rafael, Moisés y Lolo como guías, y un servidor, Daniel, como deficiente visual guiado.

La marcha la iniciamos en el día 21 a eso de las cinco de la tarde. Los peritos, contando este grupo como los guías, bien decidieron que partiésemos la marcha en dos partes, repartidas en sendos días; la primera parte sería subir desde el aparcamiento hasta el refugio, la segunda parte sería desde el refugio hasta la cima y todo el descenso. La primera parte se podría comparar con un buen calentamiento y preparamiento, puesto que, si bien era la primera parte, no por ello sería la más sencilla; este caminito nos llevó un poco más de un par de horas, el inicio, como suele ocurrir, era muy transitable con algo de pendiente y un suelo muy cómodo, casi sin piedras, cosa que yo personalmente agradezco, ya que no me obliga a estar fijándome tanto en dónde pongo los pies, pero, paulatinamente, se fue empedregando el terreno y magnificando la pendiente con lo que, en parte, también aumentaba su interés.

Llegamos al refugio e hicimos lo propio: dejar los petates en la habitación, ponernos más cómodos e hidratarnos, etc. Lo cierto es que lo más importante posiblemente fuera lo último, ya que un par de paradas fueron efectuadas y por tanto había necesidad de hidratarse y más con lo que tocaba al día siguiente, pero el mayor error mío lo descubrí en la cena, neófito de mí, no había tomado en cuenta las contrariedades de “dormir” en un albergue, y lo pongo entre comillas puesto que quien dice dormir también puede decir pasar la noche tumbado en la cama, así que a ver quien consigue dormirse, por cansado que uno esté, unas cuantas horas antes de lo que está acostumbrado y sin tapones, pero bueno, como se suele decir: son gajes del oficio.

Más madrugadores que Lorenzo fuimos, pero entre pitos y flautas salimos pasadas las ocho, como estaba previsto. La primer parte del camino a partir del refugio fue bastante agradable, una inmensa pradera sin dificultad, pero que nos sirvió para terminar de despejarnos, así pasamos junto a un par de ibones y una presa acabamos llegando al sendero que nos llevaría a la Gran Facha. A partir de que dejáramos atrás tanto verdor nos acompaño durante un buen rato un arroyo, casi hasta el collado,  y hubo un rato que incluso unos sarrios, pues ya era un sendero bastante más complejo, rocas acompañadas por tierra eran el sendero, con lo que el cuidado con el que había que colocar los pies se acrecentaba.

Pero el momento más duro, al menos para mí, fue entre pasado este tramo y llegar al collado, era una extensión en que todo eran piedras de todos los tamaños y formas el problema era que como buenas piedras no enganchadas tendían a soltarse y desprenderse al apoyarse sobre ellas, peor fue al bajar esta parte. Una vez hubimos salido de esta parte, poco distaba hasta el collado, en donde realizamos una parada técnica, tanto para hidratarnos como para equiparnos con los arneses, y si mirábamos hacia el camino recorrido, nos dábamos cuenta de lo bello que se ve desde la distancia, así, viendo los ibones pasados y levemente intuí la presa que pasásemos el día pasado.

En esto empezó, creo, la parte más entretenida, ahora de verdad,  de toda la marcha, del collado a la cima era un terreno escarpado en el que en ocasiones había que hacer pequeños trepes y echar mano a piedras, conforme se fue acrecentado la falta de facilidad, decidieron que me encordaria con Moisés como medida de precaución, que nunca está de más. Mas no fue necesaria, el último ascenso sólo tuvo la dificultad habitual, encontrar el mejor camino entre las montañas, es decir, encontrando hitos, y si alguien se está preguntando lo obvio ¿qué es un hito? Diré que es un pequeño montón de piedras para marcar el sendero entre las rocas, exacto, encontrar piedras entre piedras, lo cierto es que se dejan ver en forma piramidal pero hay que admitir que se hace mucho más sencillo, para el que las tiene que buscar, buscarlas desde lo alto, pues de un vistazo casi ve uno todos los hitos en mucha distancia. Pero estaba bien delimitado y acabamos haciendo cima sin demasiados problemas ya.

¿Primeras impresiones? Os preguntareis: una podría ser que no paraba de dolerme la rodilla por un golpe que tuve a bien darme subiendo en el nervio con lo que seguía doliéndome, otra podríais pensar que sería el orgullo, pero no, creo que estaba demasiado cansado mentalmente para sentirlo, pero puede que fuera esos vestigios de orgullo los que luego me dieron fuerzas para bajar como ya narraré. No, lo que más sentía era esa tranquilidad, la tranquilidad mental y física de ese lugar, arriba el cielo y las nubes, abajo la tierra, ríos, ibones, etc. detrás España con el Pico de los Infiernos (o Marmolera), el Garmo Negro, más allá Canal Roya y el resto de los Pirineos que yo no alcanzaba a ver; y ahí adelante Francia, podría a ver sido una perfecta imagen para una película o fin de libro: el joven protagonista alcanza su pretensión y allí, de pie, acariciado por la fresca brisa montañera y por los rubios rayos del Sol contempla el camino recorrido y ve el territorio desconocido y si ya ha logrado alcanzar su primer tres mil, podrá superar los siguientes, hállense donde se hallen.  Ambos pueden reencarnar esas sensaciones de la imagen, que puede que exista, pero si existe esa foto puede que veáis como el Sol, no lo acaricia, lo ciega. Por eso os invito a vivir ese instante de vida, cuando extenuado como se está, el Sol no ciega, acaricia, el viento no azota, danza a tu alrededor, susurrante, refrescándote de los sosiegos del camino y ahí ves que has subido, que te queda bajar, pero en ese momento te hallas en un micromundo en el que nada ni nadie te puede sacar y esta embriaguez te acompaña en el descenso.

Poco a poco fue llegando más gente y, puesto que ya nos habíamos repuesto un tanto, no cabría mucha más decidimos bajar. Mi bajada entre el primer tramo tan rocoso era interesante de ver, como mi deficiencia afecta mucho a los detalles de las cosas, intentar ver algo que está a menos altura que yo ya me es un tanto improbable el verlo, así que mi sistema es agacharme e ir apoyando las manos y desde ahí abajo ir ubicando los pies, lo que se puede definir como casi una lagartija humana descendiendo un monte, yo seguía encordado con Moisés y Lolo me iba indicando donde apoyar los pies y mi padre habría la marcha. Por lo que la bajada hasta el collado fue bastante entretenida y apacible. Ahí abajo hicimos un descanso para replegar el material que no nos haría más falta. Mi único gran problema se presentó en la parte de cantalera, un tramo que ya habíamos pasado, pero a la ida al ser subida no me había afectado tanto, pero ahora, de bajada el terreno de piedras que cada cual se movía a libre elección, cuando no las ves y te las vas tragando todas fue mayor mi cansancio mental que el físico, pero acabó pasando ya a el sendero que nos acompañaría casi todo el descenso ya.

El trayecto fue apacible ya hasta el refugio, sólo comentaré que tuve una gran pregunta, hubo un momento en que, a punto de llegar, estaba extenuado hasta límites ya que de normal habría pedido un descanso, pero ya estábamos al lado, no merecía la pena; ahí veía el paisaje que esa misma  mañana habíamos subido y no aparecía el refugio, así que me hice la pregunta que muchos principiantes nos hemos debido hacer alguna vez: ¿Dios puede mover los refugios? Sí, cómico pero cuando se está reventado te surge hasta que doblas un recodo del camino y ahí aparece.

Aquí ya nos paramos un rato más largo, descansamos, comimos y nos hidratamos lo suficiente durante un buen rato. El camino restante ya nos parecía casi un paseo en comparación a todo lo hecho ya, y más aún cuando lo difícil estaba en el tramo cerca del refugio,  así acabamos llegando, poco a poco, a la parte más cómoda con lo que los pies lo agradecieron así como las rodillas. Y llegamos al aparcamiento donde ya terminó nuestra expedición, la de mi primer tres mil alcanzado.

Daniel Ayora Estevan.

0 comentarios